Romero
corría a toda velocidad escapando de una muerte segura, pero fingiendo no estar
asustado. Su destino acabaría hoy, pero las consecuencias de sus actos nunca.
Miyaqui, ciudad en
donde la delincuencia era cotidiana. Las muertes nunca estaban ausentes y los
pleitos abundaban. Ahí nació Romero, un niño muy tranquilo, alto y enjuto. De
una familia muy pobre y que se dedicaba a los vicios, como las drogas y los
videojuegos; pero siempre sintió que era
la prioridad de sus padres, hasta el día en que lo abandonaron.
La soledad se apoderaba
de él, sabía que se tropezaba con un nuevo mundo que no iba a darle una segunda
oportunidad. En ese instante el miedo se le apodero, escuchaba a lo lejos
varios disparos y voces que le pedían que se detenga, esto le hizo recordar a
sus únicos amigos, que le imploraban que el negocio de la familia Martínez no
era correcto.
Los días pasaban, Romero
tuvo que salir a trabajar para acabar con las deudas que le dejó su padre.
Nadie lo aceptaba en ningún lado y la tristeza como nubes oscuras se alojaba en
él. Lo único que le quedo es entrar a trabajar en un negocio con la familia Martínez
para obtener el dinero suficiente para crear su propio negocio; no sabía que esta
idea era completamente errónea, ya que había ingresado a un gran agujero negro.
Romero asistió a su
primer día de trabajo y el señor Martínez lo llevo a un sitio muy alejado de la
ciudad, en la cual entraron a una casa vetusta. En su interior las paredes eran
de adobe, los cuadros estaban apunto de caerse, las lunas rotas, no existían
muebles y el piso de madera, que al dar un paso se escuchaba un sonido extraño;
pero en medio de todo eso se encontraba un anciano amarrado a una silla y a
pocas horas de fallecer, por el estado en que se encontraba. En eso el Señor Martínez
saca una pistola y tenia el rostro mas serio de lo que era, su mirada era
directa, y al rastrillar el arma, la fuerza en sus movimientos aumento, tomo
una taza de café mirando fijamente a Romero y al anciano con sus ojos de
serpiente. El arma llego a manos de Romero, se sintió mas temeroso de lo que
era y al ver la mirada radiantes de su jefe, empezó a temblarse las mano. Es
aquí en donde recién entendió lo que sus amigos le decían, pero sabia que era
demasiado tarde para dar un paso atrás;, el sonido del reloj se escuchaba cada
vez mas, y en momentos de segundos, se escucho un fuerte disparo que dio con la
cabeza del anciano, el joven no sabia lo que había hecho, se quedo en un estado
de admiración, ya que sentía que el no era la persona que sus padres habían
criado.
Toda esa noche no pudo
dormir, tenia mucho miedo, su estado era muy trágico como para despertarse cada
5 segundos.
Al día siguiente, le
tocaba tomar de desayuno pan con queso y jamón. Cada bocado que iba a su boca
ponía sus labios mas secos, el café que su primo le había regalado unos idas
antes, no le quitaba la seriedad de su rostro, ni las buenas noticias podían
hacerle olvidar la muerte que ocasiono. Pero todo lo de anoche lo hizo
reflexionar y se dirigió hacia su trabajo para charlar con su jefe sobre lo
sucedido
Al tocar la puerta, una
voz pasiva, mando a que ingrese
—Buenos días Señor
Martínez, quisiera ser directo y decirle que la labor de su empresa es de lo
mas ilegal y sanguinaria. Usted no tiene perdón de Dios — poniendo su mano en
la carpeta y con una voz fuerte.
—En primer lugar a mi
me baja el tono y yo no merezco el perdón de nadie. Esta empresa es legal para
todos mis socios y no me importa las consecuencias de los demás, ¿Tú no necesitas
dinero?
—Ummm…si.
— Entonces no digas
nada, y retírate de mi vista por favor.
—Es cierto necesito la
plata, pero por eso no voy a matar a medio mundo, yo renuncio.
—¿Renuncias? Jajajaja.
En este trabajo no se puede renunciar, uno queda fuera de esto cuando los
ángeles los recogen.
—Yo renuncio, y espero
no verlo nunca más.
Romero sentía del deseo
de haber superado el problema que ayer ocasiono, pero esto era solo el
comienzo, porque lo peor estaba por pasar.
Esa misma noche él
presentía que algo estaba por suceder, cuando de pronto la puerta callo al
suelo, el susto era tan grande que su pantalón se humedeció. Rápidamente su
casa de lleno de varios hombres de buen aspecto físico que lo golpearon y lo
dejaron casi moribundo en un hospital.
Romero que do en come
por casi 21 días, en esos instantes recordó la interrogante que tenia hacia su
padre, ¿Por que siempre lo trataba como si nunca fuese su hijo, y con que
dinero se comprabas sus cigarrillos y la ropa de moda?
Los días pasaron y
Romero estaba seguro de que el señor Martínez había mandado a esas personas
para que lo mataran. Venganza, era lo primero que se le vino a la cabeza, para
eso le costo unos días para recuperarse de la golpiza y para preparar su
estrategia para terminar con la vida de toda esa empresa de asesinos.
Todo quedo preparado y
no había nada que saliera mal, por ende nadie sospecharía que él había acabado
con ellos.
El plan se puso en
marcha, todo salía perfecto, solo quedaba el señor Martínez, cuando estaba
apunto de clavarle un puñal en la espalda, éste volteo rápidamente y lo alejo
de él.
—Maldito vas a morir
por todo el daño que me hiciste y lo que le haces a todas las personas que
asesinaste.
—Tu nunca me matarías,
porque se que nunca te lo perdonarías.
—
La muerte esta cerca para ti, nadie te
salvara de esto.
—
Yo nunca voy a morir, al menos por ti,
no.
—
Como estas muy seguro de que no te
matare, desgraciado.
En
ese instante, el Señor Martínez se quito una mascara que tenia puesto y expuso
su verdadera identidad. Romero no sabía que hacer, se dio cuenta de que era su
padre la persona que lo indujo a que matara, la persona asesina, y la persona
que decidió matar. En ese preciso instante se pudo dar cuenta de que no tenía
el valor de matar a su padre, por eso comenzó a correr a toda velocidad,
escapando de una muerte segura, fingiendo no estar asustado. Su padre lo seguía
a toda velocidad también hasta llegar a una calle sin salida.
Frente
a frente se encontraron padre e hijo. Uno tenia un cuchillo en la mano y el
otro una pistola. En ese instante Romario se dio cuenta que al matar a su padre
estaría salvando muchas vidas. No lo pensó dos veces y se acerco a él y le
incrustó el cuchillo en el corazón. El fin no era para Romario, sino para su
padre y también para todas esa empresa de asesinatos.