sábado, 8 de diciembre de 2012

Un gran cambio de vida


Romero corría a toda velocidad escapando de una muerte segura, pero fingiendo no estar asustado. Su destino acabaría hoy, pero las consecuencias de sus actos nunca.
Miyaqui, ciudad en donde la delincuencia era cotidiana. Las muertes nunca estaban ausentes y los pleitos abundaban. Ahí nació Romero, un niño muy tranquilo, alto y enjuto. De una familia muy pobre y que se dedicaba a los vicios, como las drogas y los videojuegos;  pero siempre sintió que era la prioridad de sus padres, hasta el día en que lo abandonaron.
La soledad se apoderaba de él, sabía que se tropezaba con un nuevo mundo que no iba a darle una segunda oportunidad. En ese instante el miedo se le apodero, escuchaba a lo lejos varios disparos y voces que le pedían que se detenga, esto le hizo recordar a sus únicos amigos, que le imploraban que el negocio de la familia Martínez no era correcto.
Los días pasaban, Romero tuvo que salir a trabajar para acabar con las deudas que le dejó su padre. Nadie lo aceptaba en ningún lado y la tristeza como nubes oscuras se alojaba en él. Lo único que le quedo es entrar a trabajar en un negocio con la familia Martínez para obtener el dinero suficiente para crear su propio negocio; no sabía que esta idea era completamente errónea, ya que había ingresado a un gran agujero negro.
Romero asistió a su primer día de trabajo y el señor Martínez lo llevo a un sitio muy alejado de la ciudad, en la cual entraron a una casa vetusta. En su interior las paredes eran de adobe, los cuadros estaban apunto de caerse, las lunas rotas, no existían muebles y el piso de madera, que al dar un paso se escuchaba un sonido extraño; pero en medio de todo eso se encontraba un anciano amarrado a una silla y a pocas horas de fallecer, por el estado en que se encontraba. En eso el Señor Martínez saca una pistola y tenia el rostro mas serio de lo que era, su mirada era directa, y al rastrillar el arma, la fuerza en sus movimientos aumento, tomo una taza de café mirando fijamente a Romero y al anciano con sus ojos de serpiente. El arma llego a manos de Romero, se sintió mas temeroso de lo que era y al ver la mirada radiantes de su jefe, empezó a temblarse las mano. Es aquí en donde recién entendió lo que sus amigos le decían, pero sabia que era demasiado tarde para dar un paso atrás;, el sonido del reloj se escuchaba cada vez mas, y en momentos de segundos, se escucho un fuerte disparo que dio con la cabeza del anciano, el joven no sabia lo que había hecho, se quedo en un estado de admiración, ya que sentía que el no era la persona que sus padres habían criado.
Toda esa noche no pudo dormir, tenia mucho miedo, su estado era muy trágico como para despertarse cada 5 segundos.
Al día siguiente, le tocaba tomar de desayuno pan con queso y jamón. Cada bocado que iba a su boca ponía sus labios mas secos, el café que su primo le había regalado unos idas antes, no le quitaba la seriedad de su rostro, ni las buenas noticias podían hacerle olvidar la muerte que ocasiono. Pero todo lo de anoche lo hizo reflexionar y se dirigió hacia su trabajo para charlar con su jefe sobre lo sucedido
Al tocar la puerta, una voz pasiva, mando a que ingrese
—Buenos días Señor Martínez, quisiera ser directo y decirle que la labor de su empresa es de lo mas ilegal y sanguinaria. Usted no tiene perdón de Dios — poniendo su mano en la carpeta y con una voz fuerte.
—En primer lugar a mi me baja el tono y yo no merezco el perdón de nadie. Esta empresa es legal para todos mis socios y no me importa las consecuencias de los demás, ¿Tú no necesitas dinero?
—Ummm…si.
— Entonces no digas nada, y retírate de mi vista por favor.
—Es cierto necesito la plata, pero por eso no voy a matar a medio mundo, yo renuncio.
—¿Renuncias? Jajajaja. En este trabajo no se puede renunciar, uno queda fuera de esto cuando los ángeles los recogen.
—Yo renuncio, y espero no verlo nunca más.

Romero sentía del deseo de haber superado el problema que ayer ocasiono, pero esto era solo el comienzo, porque lo peor estaba por pasar.
Esa misma noche él presentía que algo estaba por suceder, cuando de pronto la puerta callo al suelo, el susto era tan grande que su pantalón se humedeció. Rápidamente su casa de lleno de varios hombres de buen aspecto físico que lo golpearon y lo dejaron casi moribundo en un hospital.
Romero que do en come por casi 21 días, en esos instantes recordó la interrogante que tenia hacia su padre, ¿Por que siempre lo trataba como si nunca fuese su hijo, y con que dinero se comprabas sus cigarrillos y la ropa de moda?
Los días pasaron y Romero estaba seguro de que el señor Martínez había mandado a esas personas para que lo mataran. Venganza, era lo primero que se le vino a la cabeza, para eso le costo unos días para recuperarse de la golpiza y para preparar su estrategia para terminar con la vida de toda esa empresa de asesinos.
Todo quedo preparado y no había nada que saliera mal, por ende nadie sospecharía que él había acabado con ellos.
El plan se puso en marcha, todo salía perfecto, solo quedaba el señor Martínez, cuando estaba apunto de clavarle un puñal en la espalda, éste volteo rápidamente y lo alejo de él.
—Maldito vas a morir por todo el daño que me hiciste y lo que le haces a todas las personas que asesinaste.
—Tu nunca me matarías, porque se que nunca te lo perdonarías.
   La muerte esta cerca para ti, nadie te salvara de esto.
   Yo nunca voy a morir, al menos por ti, no.
   Como estas muy seguro de que no te matare, desgraciado.
En ese instante, el Señor Martínez se quito una mascara que tenia puesto y expuso su verdadera identidad. Romero no sabía que hacer, se dio cuenta de que era su padre la persona que lo indujo a que matara, la persona asesina, y la persona que decidió matar. En ese preciso instante se pudo dar cuenta de que no tenía el valor de matar a su padre, por eso comenzó a correr a toda velocidad, escapando de una muerte segura, fingiendo no estar asustado. Su padre lo seguía a toda velocidad también hasta llegar a una calle sin salida.
Frente a frente se encontraron padre e hijo. Uno tenia un cuchillo en la mano y el otro una pistola. En ese instante Romario se dio cuenta que al matar a su padre estaría salvando muchas vidas. No lo pensó dos veces y se acerco a él y le incrustó el cuchillo en el corazón. El fin no era para Romario, sino para su padre y también para todas esa empresa de asesinatos.

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